La historia del reloj
El primer aparato medidor del tiempo del que tenemos conocimiento está datado sobre el 3500 a.c., hablamos de obeliscos que se utilizaban como rudimentarios relojes de sol. Este es solo uno de los muchos métodos que se utilizaron en el pasado para medir el tiempo, otros métodos son: la observación de las estrellas, los relojes de agua y arena y otros ingenios que con mayor o menor acierto forman parte de un recorrido que ha continuado hasta nuestros días.
Todos los relojes funcionan siguiendo un principio similar, el cual consiste en contar un ciclo regular que nos permite medir el tiempo. Dicho de otro modo, la medición del tiempo consiste en la comparación de un evento fijo con la de otros que usualmente desconocemos.
En la antigüedad se usaban como punto de referencia para la medición del tiempo los sucesos naturales, por ejemplo la duración del día o la observación de los astros. En ocasiones la medición no iba destinada a determinar la hora del día sino que mostraba determinados eventos que interesaban a nuestros ancestros como por ejemplo los solsticios (Stonehenge).
Otros relojes en lugar de fijarse en un suceso externo usan un mecanismo propio con una duración constante, uno de los primeros aparatos de este tipo fue creado por los egipcios unos 1400 años a.c., y se denomina clepsidra o reloj de agua, su principio consiste en que una cantidad dada de agua siempre requiere del mismo tiempo para pasar gota a gota de un recipiente a otro. Este mecanismo fue posteriormente perfeccionado por otras culturas, como por ejemplo la china o la hindú. Estos relojes se siguieron utilizando con formas cada vez más elaboradas durante siglos.
Los egipcios además de clepsidras utilizaron relojes de sol para la medición del tiempo, uno de estos relojes datado del siglo VIII a.c aún se conserva en Egipto.
Otras civilizaciones utilizaron objetos simples de forma ingeniosa, asi por ejemplo en la civilización china se quemaba una cuerda anudada regularmente y observaban el intervalo de tiempo necesario para que el fuego viajara de un nudo al siguiente.
Los relojes mecánicos aparecieron en el siglo XIII, siendo bastante inexactos y en muchos casos aparatosos. Las primeras referencias aparecen en libros de Alfonso X el sabio, pero posteriormente grandes personajes como Leonardo da Vinci contribuyeron de una u otra forma al desarrollo de ingenios más precisos para medir el tiempo. Posteriormente aparecieron los primeros relojes de motor que se basaban en la utilización de pesas. Los relojes portátiles aparecieron en el siglo XV con la invención del motor de muelle.
El siguiente paso se dio con la creación del reloj pendular, cuyo principio fue concebido por Galileo, aunque fue Huygens, un científico holandés, quien lo materializó en 1656. Este reloj suponía un gran avance con respecto a los anteriores, ya que únicamente se desfasaba unos diez segundos al día. Durante este mismo siglo hicieron su aparición los primeros relojes de bolsillo. El reloj de péndulo se perfecciono durante casi tres siglos, hasta que en 1929 un científico americano, Warren A. Marrison,
inventó el reloj de cristal de cuarzo, cuyo funcionamiento está basado en la vibración que experimenta el cristal cuando se ve sometido a un voltaje eléctrico. Un reloj de cuarzo actual de extrema calidad desfasa un milisegundo al mes, si contamos con un aparato de inferior calidad, este desfase, o incluso uno mayor se producirá en pocos días. Estas son estimaciones en condiciones ideales, sin embargo, el envejecimiento del cristal, la suciedad y otros agentes pueden perjudicar con frecuencia la precisión de estos aparatos.
A mediados del siglo pasado, 1948, se creó el primer reloj atómico, basado en la frecuencia de una vibración atómica, su precisión no era mucho mayor que la de los relojes de cuarzo del momento, sin embargo, siguiendo el mismo principio se han desarrollado con posterioridad relojes atómicos que obtienen una extraordinaria precisión, dependiendo fundamentalmente del átomo utilizado. Los ejemplos más comunes son el reloj atómico de cesio,
con una exactitud extraordinaria (desfasaría aproximadamente un milisegundo en 1400 años) o el de rubidio que se utiliza con mayor frecuencia por su inferior coste y que desfasa aproximadamente un milisegundo en varios meses.